LA UPO CUANDO ERA LA UNI
Autor: Manuel Espada Martín
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Hace unos años tratando
de terminar la carrera de Derecho, me dirigí a la recién
creada Universidad Pablo de Olavide que se acababa de implantar en el
término municipal de Dos Hermanas aprovechando la infraestructura
de la desaparecida Universidad Laboral. Al pasar por entre sus muros
y adentrarme en su largo corredor central me invadió la nostalgia
y olvidé mi primera intención, dedicándome a observar
los cambios acontecidos en sus edificios que no eran muy notables en
comparación con los ocurridos en la vida de cualquier español
medio desde la época en que conocí esta isla de la cultura
entre Sevilla y Dos Hermanas, en tiempos en los que el conocimiento
era u n lujo solo al alcance de unos pocos.
Ingreso año 1.964
Mi llegada a la Universidad Laboral de Sevilla se produjo el 10 de Octubre
de 1.964. Para mi y la mayoría de mis futuros compañeros
era la primera vez que dormíamos fuera de nuestra casa, pues
a pesar de la cercanía a nuestro pueblo, las comunicaciones y
la economías familiares eran factores que nos impedían
a la generalidad de nazarenos, alcalareños o cameros asistir
diariamente a clase desde nuestros domicilios. Las becas de las Mutualidades
Laborales, además de permitir que pudiéramos estudiar
sin coste alguno para nuestros padres, posibilitaban en muchos casos
mejores condiciones de vida que las existentes en la mayoría
de los hogares y poblaciones españolas.
Sin embargo las familias debían realizar un esfuerzo económico
inicial, pues para el ingreso en las Universidades Laborales, los alumnos
debían aportar, además de una maleta vacía, un
traje y una corbata, junto con los útiles de aseo. El resto desde
la ropa interior hasta el calzado ordinario y deportivo, corría
por cuenta del Mutualismo Laboral.
Es digno de mencionar que en ese año de 1.964 entre el vestuario
se encontraban algunas prendas cuyo uso desconocíamos la mayor
parte de los internos. Ejemplos de ellas fueron el albornoz que además
de ser usado para el aseo semanal, era obligatorio para ir a la piscina
en verano y guardar el debido decoro, o el chándal que muchos
de nosotros lo usamos para dormir en las frías noches de invierno
al abrigar mas que el propio pijama.
Durante casi toda sus existencia, la Universidad Laboral de Sevilla
estuvo regida por la Congregación Salesiana y por este motivo,
las festividades mas importantes eran las del 31 de Enero (San Juan
Bosco), 19 de Marzo (Onomástica del Rector) y 24 de Mayo (Mª
Auxiliadora). Por ello, durante esos días la comida era algo
especial como una porción de pollo asado junto con otros manjares
no tan cotidianos como pastelillos, que el 19 de marzo de 1.966 produjeron
entre el alumnado una gastroenteritis que contribuyó a colapsar
las urgencias del Hospital Virgen del Rocío.
Los edificios así como sus instalaciones eran innovadores, realizados
para durar e impresionar a cualquier visitante, ya que disponían
de todos los medios para el cumplimiento de sus funciones. La concepción
de sus siete colegios perfectamente comunicados por un largo pasillo
central, dotados cada uno de ellos de aulas, despachos, vestuarios,
aseos, comedor,, capilla, salón de juegos y dormitorios suficientes
para acoger a toda la población escolar se conserva en la actual
Universidad Pablo de Olavide con las debidas adaptaciones.
La estructura de los talleres, donde podían recibir clases prácticas
mas de 500 alumnos al mismo tiempo, superaría hoy en extensión
a la mayor fábrica ubicada en nuestro término municipal.
La cocina era capaz de alimentar diariamente a más de 1.500 personas,
además de contar con panadería, lavandería, zapatería,
cine y una pequeña clínica con cerca de 20 camas.
Mención aparte merecen las instalaciones deportivas que, de haberse
conservado, en la actualidad representarían el mayor complejo
deportivo existente en un solo recinto en toda la provincia de Sevilla,
pues además del gran frontón, único en su género
por estos lares, disponía de un campo de fútbol por cada
colegio (habilitados en la actualidad como aparcamientos de vehículos
en su mayor parte).Otro campo de fútbol mejor dotado y cinco
pistas cubiertas para la práctica del hockey sobre patines, gimnasia
deportiva, baloncesto, boleibol, balonmano, etc. posibilitaban celebrar
dignamente competiciones oficiales. No conviene olvidar las zonas dedicadas
al atletismo con sus zonas de saltos y lanzamientos o las piscinas de
saltos de trampolín, olímpica y seis pequeñas llamadas
peceras, que dispuestas a ambos lados de la explanada que da acceso
a la torre, eran usadas para la enseñanza de la natación.
El sistema
educativo que imperaba en esta Universidad Laboral (denominada José
Antonio Primo de Rivera y llamada familiarmente UNI por todos los que
allí compartíamos labores) estaba casi circunscrito a
la Formación Profesional. De hecho cada colegio acogía
a un tipo de alumnado diferente. Desde el colegio San Fernando donde
estudiaban y residían los alumnos más pequeños
de Orientación Profesional con tan solo 13 años, al colegio
Fernando de Herrera donde recibían sus clases y disponían
de habitaciones individuales, los Maestros Industriales, todos ellos
en distintas especialidades de Electricidad y Electrónica, Metal,
Delineación o Química. El resto de las enseñanzas
de Ingeniería Técnica Industrial,, o Agrícola y
los Cursos Preparatorios de Peritos o de Transformación del Bachillerato
en Maestría Industrial (inusual en tiempos posteriores), ocupaban
los colegios Bartolomé Esteban Murillo y San Juan Bosco respectivamente,
donde también tenían sus aposentos la Congregación
Salesiana.
El alumnado
se nutría exclusivamente de los hijos de trabajadores cotizantes
al Mutualismo Laboral, procedentes de todos los rincones de España,
dada a la especialización educativa de cada una de las Universidades
Laborales. Todos debíamos superar un ejercicio de ingreso para
obtener nuestra beca, cuya prórroga se conseguía aprobando
la totalidad de las asignaturas en cada curso académico, ya que
no era posible la repetición de ninguna de ellas. Posiblemente
por este motivo, el fracaso escolar a la selección, era muy drástico
y bastaría con este ejemplo para confirmarlo. De trescientos
alumnos matriculados durante el curso 1964/65 en primer curso de Oficialía
Industrial en la especialidad de Electricidad y Electrónica,
el segundo año solo quedaba un 45% y cuatro años después
obtuvimos el título de Maestría Industrial solo un 12%.
No será preciso aclarar que el alumnado era solo masculino. Lo
contrario sería algo inusitado en estos años.
El porcentaje de nazarenos que estudiaban en la UNI era poco representativo,
pues su número no superaba la treintena en todo el recinto escolar,
a pesar de que en esas fechas no existía ningún instituto
de enseñanza media o profesional en nuestra localidad. Del mismo
modo, los trabajadores o empleados residentes en nuestro pueblo eran
contados, como el cocinero José María, el camarero Manuel
Chacón Manolito la Chiva, o Parrales, portero del
equipo de fútbol nazareno.
La enseñanza
de la religión católica no era algo opcional como
lo es hoy. A diferencia de lo que ocurría en los Colegios públicos
nazarenos, donde la transigencia en cuanto a la exigencia del cumplimiento
dominical era la norma más habitual, la imposición de
la práctica de religión católica era el eje sobre
el que giraba toda la vida cotidiana en la UNI.
Así mientras nos aseábamos y hacíamos las camas
oíamos consejos y ejemplos de vida cristiana, además de
algún que otro canto gregoriano. Nada mas bajar de nuestros aposentos,
entrábamos en la capilla, para cumplir con el precepto de la
misa diaria, que todavía podíamos oírla en latín,
para pasar posteriormente a desayunar no sin antes dar gracias al Altísimo
por los manjares recibidos, de la misma forma que mas tarde haríamos
en el almuerzo y la cena. Para finalizar la jornada y antes de marcharnos
a dormir debíamos oír las alocuciones o buenas noches
de algunos de los sacerdotes que con nosotros convivían, basadas
casi siempre en la vida de D. Bosco o de su discípulo Domingo
Savio, aunque alguno mas osado, llegaba mas lejos narrándonos
su accidentada vida que siempre, según su versión, estaba
plagada de pequeños milagros.
No haría falta recordar que todos los cargos de la UNI, a excepción
del Secretario General, estaban copados por la congregación salesiana,
desde el Rector a los Directores de cada uno de los colegios, pasando
por el Jefe de Estudios. Una figura destacada en cada colegio era la
del catequista, sacerdote encargado de la organización de la
práctica religiosa, cuya coordinación ostentaba el catequista
general de la UNI.
Uno de los días donde la práctica religiosa se hacía
mas pesada era el de los difuntos, ya que debíamos oír
tres misas casi seguidas por lo que las clases retrasaban su inicio
hasta las 11 de la mañana.
A pesar de todo, la mayoría del alumnado fue acostumbrándose
a esta forma de ver el mundo, pues lo contrario se convertía
en una batalla en la que los perdedores podían llevarse cursos
enteros encerrados sin salir de estos recintos, que por otro lado eran
suficientemente amplios como para evitar un control exhaustivo y distraer
las horas cazando lagartos o ranas en el canal que atravesaba la UNI,
encestando balones en las numerosas canastas repartidas por sus zonas
deportivas o endureciendo las manos jugando en el frontón. Por
otro lado en cualquier colegio podías jugar una partida de futbolín
o ajedrez mientras merendabas un suculento bocadillo de mejillones.
Como no todo era negativo, muchos de nosotros supimos sacar provecho
a los ejercicios espirituales que, organizados sorprendentemente por
los religiosos mas progresistas, sirvieron en numerosas ocasiones para
hacernos madurar y definir nuestras opciones en la vida.
Con el paso de los años la presión por parte del alumnado,
de la sociedad (años 68 y 69) y la propia adaptación a
la realidad y a las conclusiones del Concilio Vaticano II de buena parte
de la Congregación Salesiana, contribuyeron a hacer más
actual el mensaje cristiano y más llevadero el cumplimiento de
la práctica religiosa, que en cierta medida influyó en
el compromiso político de muchos de los que pisamos la UNI en
esos años.
La disciplina en los primeros años fue férrea e
inflexible. Ello provocaba la inadaptación de muchos y la lucha
constante de los que no abandonamos. Del mantenimiento de la disciplina
se encargaban además de los Directores de los Colegios, el Jefe
del Magisterio de Costumbres, figura carismática a la que dio
vida D. Gregorio Calama Varés, sacerdote salesiano inmortalizado
en una de las primeras canciones de José Luis Perales.
Ejemplos de esta férrea disciplina era la imposibilidad de obtener
un permiso de fin de semana si habías suspendido mas de dos asignaturas
en ese mes o habías obtenido una calificación mala en
conducta, originada quizá por contar un chiste en tiempo de estudio.
Norma que todos conocíamos y que muchas veces nos sorprendía
por la desproporción entre las faltas y su aplicación
correctiva.
Muestra de un castigo ejemplarizante fue la decisión de un Jefe
de un Magisterio de Costumbres de sancionar sin salir de la UNI durante
un trimestre a un grupo de estudiantes que regresábamos de Dos
Hermanas por haber llegado en el último autobús de las
21 horas que estaba reservado a los estudiantes universitarios.
Sin embargo la primera rebelión contra las normas establecidas
las protagonizó en el curso 68/69 un estudiante gallego de Maestría
Industrial (Marcelino García Magaz), que reivindicó su
libertad para mantener el pelo largo, lo que le ocasionó numerosas
sanciones, pero finalmente todos pudimos beneficiarnos de esta primera
reivindicación, y tal como ocurrió con la religión,
pudieron abrirse algunos cauces de entendimiento entre salesianos y
alumnos que contribuyeron a finales de los sesenta a hacer mas viable
la estancia allí.
Las actividades
complementarias eran de carácter voluntario, a cambio de
no tener que estar dos horas en una sala de estudio vigilado por un
educador. La mayoría de estas actividades se celebraban en el
auditórium o salón de actos y consistían en representaciones
o cursos de teatro, cineforums, conciertos, etc. Allí pudimos
saber de las distintas técnicas cinematográficas, conocer
las diferentes instrumentos musicales, entender las nuevas tendencias
del teatro o del nuevo cine español, además de oír
cantar en directo a distintas corales entre los que recordamos a los
niños cantores de Mendoza (Argentina).
La posibilidad de disfrutar de la televisión quedaba circunscrita
a los partidos de la Copa de Europa que solo jugaba el Real Madrid o
a las corridas de toros de la feria de Sevilla. En estos casos era posible
retrasar hasta el horario de la cena y por supuesto podíamos
quedar dispensados de las horas de estudio.
Otras actividades estaban mas ligadas a las festividades religiosas,
como las del mes de Mayo, en honor de María Auxiliadora por cuyo
motivo se celebraban numerosos eventos, tales como una becerrada cuyo
director de lidia fue nuestro paisano El Terrible. Entre
las celebraciones mas notables es justo mencionar las extraordinarias
representaciones teatrales y el excelente festival de la canción,
celebrados ambos en la explanada central delante del auditórium.
El Festival de la Canción, presentado por el locutor de la cadena
SER Manolo Bará, comenzaba el primer sábado de Mayo y
la final tenía lugar los días 23 y 24. Contaba con la
intervención de mas de 35 actuaciones entre cantantes solistas
y grupos musicales, todos ellos alumnos de la UNI. Mientras los solistas
interpretaban canciones melódicas, muchas del festival de San
Remo, los grupos solían interpretar temas de los grupos británicos
del momento como The Beatles, Rolling Stones y The Animals.
En uno de ellos, obtuvo el primer premio un conquense, estudiante de
Maestría Industrial llamado José Luis Perales. Al siguiente
año, hubo de celebrarse en cine debido a las inclemencias del
tiempo. Allí intervino con menos suerte el estudiante nazareno
Rafael Pérez Rodríguez al que le estarían reservados
otros triunfos pero no en el mundo artístico.
La política del régimen era una de las pocas actividades
en las que curiosamente los salesianos no tomaron partido, limitándose
a no obstaculizar las actividades programadas por los profesores de
Formación del Espíritu Nacional, que solían hacer
gala de su militancia falangista y así lo demostraban cada lunes
a mediodía en sus arengas a la población estudiantil formada
en la explanada principal. Después de cantar el Cara el Sol,
algún miembro del Departamento mencionado se dirigía a
los mil quinientos estudiantes allí presentes para aleccionarlos
sobre la consigna de la semana, que luego glosada individualmente por
cada uno de los alumnos en el Cuaderno de Consignas podía
servir en muchos casos para aprobar la asignatura u obtener al menos
una calificación de notable.
La actividad deportiva no tenía parangón con ningún
otro centro escolar, me atrevería afirmar de toda Andalucía,
pues salvo algunas individualidades en atletismo o determinados clubes
como el Patín Claret, el contar con 1.500 alumnos disciplinados
en su mayor parte, de los diferentes rincones de España constituía
una garantía más que suficiente para obtener éxito
deportivo en cualquier modalidad desde pelota mano a fútbol.
Consecuentemente, cuando un alumno destacaba en cualquier deporte era
automáticamente seleccionado. El carné de
seleccionado daba derecho a una dosis de vitamina C en el desayuno y
la obligación de entrenar al menos tres días por las tardes,
imposición ésta que los profesores de Educación
Física castigaban con el suspenso de la asignatura en caso de
que el alumno rehusara cumplir con dicha obligación. Si finalmente
el alumno era seleccionado para participar en los Juegos Escolares Nacionales,
era distinguido con un precioso chándal de lycra, que debería
devolver a su regreso de la competición.
El encargado del utillaje deportivo y del mantenimiento de las pistas
era López, ex jugador de primera división en el Sevilla
F.C. y perteneciente la famosa delantera Stuka que ganó la Copa
del Generalísimo. Con ese historial, hoy tendría dinero
para pagar la nómina de toda la Pablo de Olavide.
El profesorado, como en cualquier otro centro educativo era muy
variopinto.
Además del profesorado comprometido con la Obra Salesiana existían
verdaderos profesionales de la enseñanza, tanto técnica
como científica. Recuerdo a a D. Serafín Márquez
Pérez por su escrupulosidad en las presentaciones matemáticas
en la pizarra, repitiendo día a día los mismos gestos,
a D. Guillermo García Ramos, con el que he tenido el placer de
reencontrarme a través de la Revista de Feria y del que siempre
recordaré su cercanía al alumnado, a D. Roberto Gil Munilla,
cuya amenidad y saber estar en clase siempre han sido un referente en
mi profesión, a D. Paulino González García, cuya
pasión por el atletismo me contagió a D. Antonio Espejo
Gutiérrez, profesor de una vastísima cultura con el que
lo único que no aprendimos fue Matemáticas y por eso lo
recordaremos. No quisiera olvidarme de D.José García Conde,
sacerdote salesiano y profesor de Tecnología Electrotécnica,
admirado por su metodología que nos permitió a mas de
un futuro técnico aprender toda la electrotecnia que era posible
en esos años.
También pasó por estas aulas un joven profesor de Dibujo
contratado llamado D. Alfonso Guerra González con el que mi padre
tenía largas charlas cuando me visitaba y que yo no supe hasta
años mas tarde que vinculación podían tener. El
posibilitó la realización de dos actividades a los que
yo asistí: una de teatro y otra de nuevo cine español.
A modo de conclusión, pienso que pese a tolas trabas y sombras,
propias de la época, la Universidad Laboral de Sevilla cumplió
una función excepcional en su tiempo, posibilitando la formación
en todos los aspectos, de miles de jóvenes que de no existir,
no hubiésemos tenido otra oportunidad. Deseo a los rectores de
esta nueva Universidad, toda suerte de venturas en su larga andadura.
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